En un viaje a Dusseldorf, me hospedé en un hotel desde el que se
veía un edificio cercano con un rótulo publicitario, que decía: “¡Atención,
pinzas nacionales!” A simple vista, una sumisa nerviosa pudiera tomarlo como
una señal para precavida sobre los peligros que acechaban en el interior de ese
edificio y, es verdad que, en un apartamento en particular de este inmueble,
existe una bandeja con una cantidad suficiente de pinzas como para impactar, si
no con el miedo, sí con un cierto grado de aprehensión en sus tímidos pechos.
En primer lugar, la caja de los juguetes contiene un par de pinzas mariposa,
que son el caballo de batalla de la comunidad de la D/s y que nunca dejan de
llamar la atención de la mujer sumisa.
También hay pinzas regulables que son, particularmente, temibles,
con sus bordes dentados y afilados como pequeños dientes de cocodrilo. Cuando
se ajustan al máximo, el dolor impartido es, me temo, aún más intenso que el dolor
necesitado que la sumisa/puta pueda disfrutar. Y hay algunas pinzas de acero
muy pequeñas, que son conocidas por hacer llorar a los ojos de aquellas
persuadidas a aceptarlas, especialmente, si el dominante las retuerce con
fuerza. Además de todo esto, hay un par de docenas de pinzas de la ropa, tanto
de madera como de plástico, que pueden ejercer un control para rivalizar,
incluso, con aquellas pinzas especialmente diseñadas para atormentar la carne
delicada.
Las
pinzas no sólo necesitan ser empleadas en los pezones. Pueden tener un efecto
saludable si se aplican en otros puntos sensibles del cuerpo: La lengua, los
labios, los lóbulos de las orejas o cualquier otra parte carnosa. Pero, siempre
me ha fascinado ver con qué frecuencia son los pezones, que son más sensibles.
Si el trasero es la parte que mejor se adapta para recibir los golpes de la
tawse y la cane, son los pezones los que parecen ofrecer un dolor más
exquisito. Ese tipo de pinzas que, mientras duele más y más, sin embargo,
alimenta el deseo y produce una especie de anhelo intenso en el que la víctima,
a su pesar, quiere más y más. A menudo, hasta el punto donde ella puede ser
inducida al subespacio.
De
acuerdo con mi experiencia, desde el punto de vista sexual, existe el dolor
malo y el dolor bueno. Cuando sientes el dolor malo, sólo quieres que se
detenga, pero el dolor bueno, si se administra con habilidad, se alimenta por
sí mismo. Apenas el Amo ha quitado las pinzas a la sumisa, normalmente, ésta se
pregunta si, tal vez, podría haber soportado un poco más. Si, tal vez, él
pudiera volver a ponérselas antes de que acabe la sesión.
Por
supuesto, usted se dará cuenta de que la señal de advertencia exterior se
refiere a algo tan inquietante como la rueda de la abrazadera que se encuentra
a la espera de aquellas que incumplen las normas. Pero, a veces, me he
preguntado, si mi tipo de pinzas pudieran ser más efectivas que las que se
ponen con una rueda de control. Tal vez, una sesión de media hora con las
pinzas ajustadas hasta el máximo, disuadiría a aquellas que suelen quitárselas
demasiado pronto. Me gustaría administrar el castigo, si yo tuviera la certeza
de que las únicas delincuentes fueran las mujeres dulces y sumisas. Pero me
temo que puedan ser menos propensas a dejar sus coches donde no deben. A menos
que, por supuesto, secretamente deseen para sus pezones que sean pinzados y
retorcidos, algunas sumisas lo hacen, usted sabe. Pero, en realidad, van en
busca del dolor, o eso me han dicho. “Buscad y hallaréis,” según dice la
Biblia.
Alguien , desde la distancia, me enseñó a usarlos. No sabía de lo que me estaba perdiendo...
ResponderEliminarCin