miércoles, 14 de junio de 2017

¡Atención!

En un viaje a Dusseldorf, me hospedé en un hotel desde el que se veía un edificio cercano con un rótulo publicitario, que decía: “¡Atención, pinzas nacionales!” A simple vista, una sumisa nerviosa pudiera tomarlo como una señal para precavida sobre los peligros que acechaban en el interior de ese edificio y, es verdad que, en un apartamento en particular de este inmueble, existe una bandeja con una cantidad suficiente de pinzas como para impactar, si no con el miedo, sí con un cierto grado de aprehensión en sus tímidos pechos. En primer lugar, la caja de los juguetes contiene un par de pinzas mariposa, que son el caballo de batalla de la comunidad de la D/s y que nunca dejan de llamar la atención de la mujer sumisa.

También hay pinzas regulables que son, particularmente, temibles, con sus bordes dentados y afilados como pequeños dientes de cocodrilo. Cuando se ajustan al máximo, el dolor impartido es, me temo, aún más intenso que el dolor necesitado que la sumisa/puta pueda disfrutar. Y hay algunas pinzas de acero muy pequeñas, que son conocidas por hacer llorar a los ojos de aquellas persuadidas a aceptarlas, especialmente, si el dominante las retuerce con fuerza. Además de todo esto, hay un par de docenas de pinzas de la ropa, tanto de madera como de plástico, que pueden ejercer un control para rivalizar, incluso, con aquellas pinzas especialmente diseñadas para atormentar la carne delicada.

Las pinzas no sólo necesitan ser empleadas en los pezones. Pueden tener un efecto saludable si se aplican en otros puntos sensibles del cuerpo: La lengua, los labios, los lóbulos de las orejas o cualquier otra parte carnosa. Pero, siempre me ha fascinado ver con qué frecuencia son los pezones, que son más sensibles. Si el trasero es la parte que mejor se adapta para recibir los golpes de la tawse y la cane, son los pezones los que parecen ofrecer un dolor más exquisito. Ese tipo de pinzas que, mientras duele más y más, sin embargo, alimenta el deseo y produce una especie de anhelo intenso en el que la víctima, a su pesar, quiere más y más. A menudo, hasta el punto donde ella puede ser inducida al subespacio.

De acuerdo con mi experiencia, desde el punto de vista sexual, existe el dolor malo y el dolor bueno. Cuando sientes el dolor malo, sólo quieres que se detenga, pero el dolor bueno, si se administra con habilidad, se alimenta por sí mismo. Apenas el Amo ha quitado las pinzas a la sumisa, normalmente, ésta se pregunta si, tal vez, podría haber soportado un poco más. Si, tal vez, él pudiera volver a ponérselas antes de que acabe la sesión.

Por supuesto, usted se dará cuenta de que la señal de advertencia exterior se refiere a algo tan inquietante como la rueda de la abrazadera que se encuentra a la espera de aquellas que incumplen las normas. Pero, a veces, me he preguntado, si mi tipo de pinzas pudieran ser más efectivas que las que se ponen con una rueda de control. Tal vez, una sesión de media hora con las pinzas ajustadas hasta el máximo, disuadiría a aquellas que suelen quitárselas demasiado pronto. Me gustaría administrar el castigo, si yo tuviera la certeza de que las únicas delincuentes fueran las mujeres dulces y sumisas. Pero me temo que puedan ser menos propensas a dejar sus coches donde no deben. A menos que, por supuesto, secretamente deseen para sus pezones que sean pinzados y retorcidos, algunas sumisas lo hacen, usted sabe. Pero, en realidad, van en busca del dolor, o eso me han dicho. “Buscad y hallaréis,” según dice la Biblia.

1 comentario:

  1. Alguien , desde la distancia, me enseñó a usarlos. No sabía de lo que me estaba perdiendo...

    Cin

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