“Es
tu elección: ¿Cinturón, flogger o paleta?”
Sus palabras iban y venían por la cabeza
de ella. Sintiéndose mareada por la excitación, habían pasado semanas desde que
recibió esta clase de aviso. Ella tenía que tomar una decisión. Siendo la
mocosa codiciosa que era, eligió la paleta.
Ella sabía que, con el cinturón, él
solamente permitiría diez azotes. Con el flogger, veinte latigazos, pero con la
paleta, la azotaría todo el tiempo que él quisiera. Su frustración ante la risa
de ella, cuando aplicó ese implemento que le gustaba más que ninguno. La última
vez que había usado la paleta, su ira había ganado. La tiró por la habitación
antes de que él se quitara el cinturón y le mostrara quién estaba al cargo. En
la próxima sesión, ella sólo podía esperar que fuera una deliciosa repetición.
Ella se acostó en la cama desnuda,
excepto con un par de calcetines. Sus calcetines favoritos. Calcetines
tobilleros blancos con un lazo de encaje que se dobaba hacia abajo. La paleta
descansaba junto a su cadera. De las tres que tenían, esa era su favorita. Azul
de media noche, casi mateada de negro. Hecha de cuero, con unos remolinos
salientes muy bonitos. Era pesada y gruesa. Apenas se doblaba al agitarse. Ella
sentiría toda su longitud contra su piel sensible. La idea empezó a excitarla y
movió sus caderas contra las sábanas, de algodón suave, debajo de ella.
La puerta se abrió y cerró con un click
detrás de ella, pero no se volvió para mirar. Inmediatamente se puso de
rodillas y arqueó su espalda, levantando su culo hacia arriba. Su toque era
tierno. Sus dedos acariciaron suavemente las curvas de porcelona que pronto
serían carmesí. Las puntas de sus dedos romos se deslizaron entre sus
hendeduras. Moviendo su dedo medio contra su centro nervioso, haciendo que la
humedad se deslizara de sus labios, esperando. La muñeca de su otra mano rozó
su cadera al coger la paleta. Centrada más en el movimiento de su mano, cerró
los ojos con fuerza.
Su dedo medio se deslizó lentamente
desde el nudo hinchado de su clítoris para introducirse ligeramente por su
jugosa vagina. Un nudillo profundo y sus paredes interiores ya estaban
cerrándose alrededor del dedo, introduciéndolo más adentro. El toque era ya
demasiado rápido para su gusto, mientras sacaba su dedo para continuar su viaje
hacia arriba. La punta húmeda presionaba en la estrecha roseta de su ano para
darle un momento de afecto antes de que quitara su mano por completo. Ahora,
despojada de su toque y caricia, se estremeció por la súbita frialdad.
“Espera princesa. Va a ser una noche
larga.” Ella no quería saber cuándo caería el primer cachete picante. Así pues,
deseó que sus ojos no se abrieran. Para no mirar en el espejo que estaba frente
a ella. A la imagen de su antebrazo. El puño firme, abrazando con fuerza las
paletas. Ella no pudo evitar contener la respiración, esperando el primer golpe
amoroso del cuero. Ese beso tan seductor.
“Sí, Amo.”
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