No le pedí que se arrodillara,
sabía que lo necesitaba, ella quería y lo hacía. No le pedí que se pusiera de
pie, le permití que buscara un confort mental en la postura que ella no había
asumido del todo en un tiempo. Lo necesitaba tanto como yo, pero iba a
desafiarla, mi trabajo era darle una razón continuada para encontrar y superar
dicho reto.
Con una estera de yoga y un
puñado de pelo, yo era capaz de hacer eso. Con sus ojos grandes y hermosos
mirándome y mis labios flotando sobre los de ella, sin tocarlos, y su pelo
retorcido en mi puño, su mente estaba apagada de la mejor manera posible. Ella
se convirtió en mi hermosa marioneta lloriqueante, que estaba literalmente bajo
el control de mi mano.
Un cachete pendiente fue
introducido como una mera burla, nada más que palabras susurradas en su oído.
Una palmada que ella pensaba desde hacía tiempo, desde que se había entregado.
Ello la intrigó, a pesar de que no estaba segura de mi nivel de habilidad.
Pero, ella ofreció su trasero
por el deseo de aventurarse en esa apuesta placentera y desconocida que
producía un intercambio de energía y pasión. Ella podía oír los golpes que
resonoban en su mente, mientras mi voz tomaba residencia allí, ordenándola recibir
más de lo que ella quería inicialmente. El dolor de sus rodillas, que estaban
en una posición extraña, y el enrojecimiento de sus nalgas, le permitían
desaparecer en la niebla de su servidumbre. Era una nube de obediencia y le
encantaba su lugar actual bajo mi mano. Entonces, ella pensaba en el yoga
Al día siguiente, sus muslos
estaban ardiendo y sus piernas doloridas. Ella se acercó ligeramente al cuarto
de baño y le echó un vistazo a su trasero. Una huella puñetera de su mano
estaba impresa allí, como si acabara de ser azotada, cercana a la misma había
un moratón delicioso que levantó una sonrisa desde las profundidades de su
vientre y ella pensaba en esa estera de yoga, su arrodillamiento y el azote que
soportó felizmente. Entonces, ella pensó en la estera de yoga, las posturas
extrañas en que la mantenía y en sus piernas doloridas, y decidió:
A la mierda el yoga.
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