“Dices que te
asusto. Que te preocupo. Te confundo. Bueno, me gusta tenerte sobre la punta de
los dedos de tus pies. Dejándote que adivines mi próximo movimiento. Nunca voy
a darte lo que esperas. Prefiero la noche a la luz del día. La oscuridad al
sol. Como esos surcos profundos en tu frente. Que supliques por mis pulgares.
Quiero presionar con mis pulgares profundamente en esas líneas. Darte un dolor
de cabeza. Hacer que tu mente te duela con mi aleatoriedad. Nunca he tomado las
cosas por su valor nominal. Tu ceño es más bienvenido que una sonrisa. Las
sonrisas parecen falsas y trastornan con su brillo. Por favor, cógeme, sí. Dime
que te asusto. Tienes miedo, porque veo por tí. Tus emociones desordenadas. Tus
entrañas tan feas como el alquitrán. Saliendo de esas sonrisas. Guárdatelas
para tí. No es necesario. Esto debería preocuparte. No, no te estoy rompiendo.
Estoy temblando. Temblando en mis zapatos. Soy real. Tócame. Acaríciame.
Poséeme. Úsame. No me doblaré para asegurarte que eres lo suficientemente fuerte.
Tendrá que ser para que me captures,” le decía.
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