martes, 21 de febrero de 2017

Dos tempestades

Él vió cómo la tormenta se movía y retorcía sobre sí misma, devorando nimbos y estratos como el moebio que se extendía y reventaba espacio y tiempo para divertirse. El cielo gritaba de dolor, mientras la electricidad se elevaba a través de su carne gomosa. Naranjas y rojas, vívidas y fantásticas – las marcas del castigo de la naturaleza – explotaban en un estroboscopio absolutamente blancas y brillantes.

Él agarró el marco de la puerta con unas manos orgullosas, llenas de venas gruesas y culpables. “Esto era todo,” él pensaba. Los desechos, donde la moralidad se convierte en el exilio sucio y olvidado.

Atrapado entre dos tempestades, él no sabía nada más.

“¿Está llegando la tormenta?” dijo la voz de la mujer detrás de él. Hermosa, sonora.

“Está llegando,” él dijo, volviéndose desde la puerta. Desabrochándose el cinturón, caminó hacia ella con intención fija. “Ahora, separa tus piernas malditas.”

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