Los rayos de la luz solar presionan a través de su ensimismamiento. El rechazo
a abrir sus ojos, se torna en silencio. La
habitación, aún olía a sexo. Su almizcle, mezclado con la fragrancia floral de
su perfume, tildaba a su nariz y la hizo sonreír. Ella se estiró lánguidamente contra la suavidad de las sábanas.
Los dolores de su cuerpo eran un saludo agradable. Sus muslos internos todavía mantenían
la quemadura de estar cerrados. Se
mantenían separados. Por lo que parecieron horas y horas. Vuelve a jadear, como
la maraña de algodón alrededor de sus muslos. Raspando levemente a través de la
piel, siempre tan bien marcada en su culo. El recuerdo doloroso y exquisito de
la noche anterior es delicioso.
Dando la bienvenida al principio de la mañana, abre los ojos. Las pestañas
revolotean contra el sueño. Buscando enfocar. Centrada. Le da la primera mirada
del día. Su cara relajada. El único
momento, en el que su rostro está limpio de las arrugas que lleva
orgullosamente. Líneas de experiencia. De los lugares que ella todavía tiene
que ver. Sus ojos se desvían hacia la fuerte curva de su cuello, donde se funde
con la anchura de sus hombros. Esos hombros bloquean la luz, cuando está encima
de ella. Tapan el mundo que les rodea. Su brazo derecho cuelga a través de su
pecho. La mano extendida sobre su pectoral. La palma cubriendo la redondela del
pezón marrón. Denegándola ese bocado. Dedos que deberían venir con una etiqueta
de advertencia a través de los rizos oscuros que descansan entre las musculosas
crestas. Sus manos son, las que hacen los sueños húmedos. La fuerza. El
conocimiento carnal que tiene de cada centímetro cuadrado del cuerpo de ella.
Ninguna parte de su cuerpo se escapó del tacto áspero de esos dedos. El placer
décuplo que trajeron.
Ella no tenía necesidad de contar los músculos en el camino hacia abajo,
que él estaba trabajando con un pack de seis dedos completo. Eran horas y horas
en el gimnasio. Él adoraba en el altar del fitness. Ella adoraba en su altar.
¡Oh, cómo le adoraba! El rastro que su lengua le encantaba danzar a lo largo. La
hizo un guiño burlón. Oscuro y denso. Que llevaban a los tesoros que ella
conocía tan bien. Las sábanas yacían amontonadas a través de sus caderas. Un
obstáculo que pronto desaparecería. Ella disfrutaba con la idea de hundir sus
dientes en su abdomen. Líneas sensuales. Le gusta usar este término. Con
cuidado, ella se liberó de las sábanas. Ni un ruido hicieron. Sus dientes se
fruncieron contra su labio inferior, conteniendo la respiración. Esperando que
él se despertara, debido a la falta de su poco cuidado. Incluso, su respiración
la presionaba a lo largo.
Al destaparle hasta las rodillas, ella sintió la piscina de humedad entre
sus piernas. A través de una maraña de medianoche, la suavidad de su pene
descansaba. Era algo de pura belleza. Ella quería tener ese tacto suave en el
interior de su boca. Mantenerlo. Dejar que su lengua se arremolinara alrededor
de su verga. Esperar a que se endureciece. Que se alargara a medida que su consciencia
de la situación le moviera a despertarse. La suavidad aterciopelada que
encierra su parte más dura. Ella quería
recibir la dulzura espesa y salada de su regalo. Sentirlo contra la parte
posterior de su garganta. Tragárselo como una flor deshitratada, esperando a
ser regada. Incapaz de resistir, ella presionó un beso fugaz en la base, antes
de continuar su lectura.
Los muslos gruesos y separados se movieron contra la cama. Sin embargo, él
no despertó. Tenía unas piernas bonitas. Esculpidas como por el mismo Miguel
Angel. David no tenía nada que ver. Le
encantaban sus rodillas. Esas dos preciosas articulaciones. Éstas, casi nunca
suelen ser mencionadas por las mujeres cuando hablan de sus hombres. Ella sabía
el poder que tenían. No se atrevía a echar la cobija más abajo todavía. Así que
auto negó la mitad de los músculos de sus piernas. Su pie masculino. Las uñas de
los pies que ella le había pintado de color rosa Barbie Malibú. Su única
concesión del mes por haber sido una buena chica. Ellos eran los únicos que
sabían ese pequeño secreto.
Dando un suspiro silencioso, le desplaza de la cama. Dejándole en sus
pacíficos sueños. Él se merecía ese sueño, después de lo que ella le había hecho
la última noche. Comprobar sus límites. Presionándolo casi hasta más allá del
punto de no retorno. Ella sabía cuándo parar. No quería que ninguno de los dos
se alejaran de la experiencia con tristeza. Sus pies hundidos en el pelo suave
de la alfombra y, luego, a lo ancho de la frescura del suelo del cuarto de
baño.
Caminando a través de las baldosas del cuarto de baño, ella volvió a mirar
su trabajo práctico en el gran espejo sobre el lavabo. A través de las nalgas
de ella, líneas rectas largas hechas con su cinturón decorando la piel de
porcelona. Rojas e irritadas. Un símbolo glorioso, cuando se sentaba. Ella
rogaba que pudiera sentirlas durante unos días. Él también utilizó un nuevo
implemento sobre ella. Una regla. De plástico rojo. Contra la parte trasera de
sus muslos. Picaban. “Tu castigo por pasarte de la raya,”le dijo a ella.
“Buenos días, mi Sol. ¿Disfrutaste esta noche?” Áspero y crudo. Su voz
profunda hizo que las rodillas de ella se debilitaran. Podía sentirle detrás de
ella. Ésta tenía su cabeza inclinada, cuando cambió el aire en el baño para
anunciar su llegada. Su barbilla pegada firmemente contra la base de la
garganta. Ella le hizo una breve inclinación de cabeza. Su erección parcial
contra su culo, haciendo que su boca se secara.
“¿Entonces, te va a gustar lo que tengo en mente para ti esta noche, baby?”
Te sigo hace tiempo y me encantan tus historias/relatos/pensamientos, es increíble y fascinante que lo vivas así :). Number one fan! jajaja
ResponderEliminarGracias por seguirme...¿tenías antes otro nick?
EliminarDan ganas de encontrar un adonis como el que describes, a quien no se le hace agua la boca y lo que no es la boca. Gran relato
ResponderEliminarbesos