Le encanta
la sensación de mis esposas de cuero alrededor de sus muñecas y tobillos,
porque la atan con firmeza a la cama, dejándola expuesta y abierta para mi uso.
Le encanta
la sensación de mis cuerdas, envueltas y anudadas contra su piel, retorciéndose
en posiciones agradables ante mis ojos.
Le encanta
el dolor de mi fusta, mi cane y mano. Hacerla jadear y dejándole los huesos
doloridos y los músculos endurecidos. Incapaz de moverse para evitar que el
dolor se extienda.
Le encanta
la sensación de mi peso sobre su espalda, inmovilizándola debajo de mí,
desgarrando los sollozos y los gritos de su garganta, cuando la penetro.
Pero, lo
que la une a mí, lo que la mantiene con firmeza en su sitio y la deja
totalmente inmóvil, es dejarla en silencio dentro del círculo de mis brazos,
cuando acaricio su pelo y beso su frente.
Esos momentos,
son sus cadenas.
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