Riéndose histéricamente a través
de las lágrimas que, corriendo por su cara, e incapaz de borrar la fealdad que
él decía, la hacían más hermosa.
Ella le sonrió con un guiño
altivo. También pagará por esto. Él se estaba cansando de azotarla en su propio
juego.
Desesperado por romperla, el
objetivo de ella era enfadarle. Porque, en este caso, él sería quien rompiera.
Ella estaba atada y confinada, haciendo equilibrios en el borde de la mesa.
Apenas, con sus codos y rodillas.
Recibiendo todo el castigo, él
podría repartir el plato. Él se había convertido en el menú especial de esta
noche. La estaba disfrutando. Con la punta de un cuchillo de plata, la
provocaba por el interior de sus muslos.
El metal frío contra su piel
caliente, entregándola escalofríos incontrolables. Él, moviendo su muñeca de un
lado a otro, siguiendo un patrón lento y delicado. Los mismos movimientos que
él había emitido, en las frambuesas enguijarradas de los pezones de ella.
Su estrategia se había convertido
en una seducción. Los implementos de haberla azotado yacían dispersos. Olvidados
sobre la mesa. Sí él no pudiera romperla con el castigo, le haría que rogara su
liberación. Una y otra vez.
Esto se había convertido en el
juego favorito de ella para tener una sesión
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