lunes, 20 de febrero de 2017

"Buenos días, mi Sol"

Los rayos de la luz solar presionan a través de su ensimismamiento. El rechazo a abrir sus ojos, se torna en silencio. La habitación, aún olía a sexo. Su almizcle, mezclado con la fragrancia floral de su perfume, tildaba a su nariz y la hizo sonreír. Ella se estiró lánguidamente contra la suavidad de las sábanas. Los dolores de su cuerpo eran un saludo agradable. Sus muslos internos todavía mantenían la quemadura de estar cerrados. Se mantenían separados. Por lo que parecieron horas y horas. Vuelve a jadear, como la maraña de algodón alrededor de sus muslos. Raspando levemente a través de la piel, siempre tan bien marcada en su culo. El recuerdo doloroso y exquisito de la noche anterior es delicioso.

Dando la bienvenida al principio de la mañana, abre los ojos. Las pestañas revolotean contra el sueño. Buscando enfocar. Centrada. Le da la primera mirada del día. Su cara relajada. El único momento, en el que su rostro está limpio de las arrugas que lleva orgullosamente. Líneas de experiencia. De los lugares que ella todavía tiene que ver. Sus ojos se desvían hacia la fuerte curva de su cuello, donde se funde con la anchura de sus hombros. Esos hombros bloquean la luz, cuando está encima de ella. Tapan el mundo que les rodea. Su brazo derecho cuelga a través de su pecho. La mano extendida sobre su pectoral. La palma cubriendo la redondela del pezón marrón. Denegándola ese bocado. Dedos que deberían venir con una etiqueta de advertencia a través de los rizos oscuros que descansan entre las musculosas crestas. Sus manos son, las que hacen los sueños húmedos. La fuerza. El conocimiento carnal que tiene de cada centímetro cuadrado del cuerpo de ella. Ninguna parte de su cuerpo se escapó del tacto áspero de esos dedos. El placer décuplo que trajeron.

Ella no tenía necesidad de contar los músculos en el camino hacia abajo, que él estaba trabajando con un pack de seis dedos completo. Eran horas y horas en el gimnasio. Él adoraba en el altar del fitness. Ella adoraba en su altar. ¡Oh, cómo le adoraba! El rastro que su lengua le encantaba danzar a lo largo. La hizo un guiño burlón. Oscuro y denso. Que llevaban a los tesoros que ella conocía tan bien. Las sábanas yacían amontonadas a través de sus caderas. Un obstáculo que pronto desaparecería. Ella disfrutaba con la idea de hundir sus dientes en su abdomen. Líneas sensuales. Le gusta usar este término. Con cuidado, ella se liberó de las sábanas. Ni un ruido hicieron. Sus dientes se fruncieron contra su labio inferior, conteniendo la respiración. Esperando que él se despertara, debido a la falta de su poco cuidado. Incluso, su respiración la presionaba a lo largo.

Al destaparle hasta las rodillas, ella sintió la piscina de humedad entre sus piernas. A través de una maraña de medianoche, la suavidad de su pene descansaba. Era algo de pura belleza. Ella quería tener ese tacto suave en el interior de su boca. Mantenerlo. Dejar que su lengua se arremolinara alrededor de su verga. Esperar a que se endureciece. Que se alargara a medida que su consciencia de la situación le moviera a despertarse. La suavidad aterciopelada que encierra su parte más dura. Ella quería recibir la dulzura espesa y salada de su regalo. Sentirlo contra la parte posterior de su garganta. Tragárselo como una flor deshitratada, esperando a ser regada. Incapaz de resistir, ella presionó un beso fugaz en la base, antes de continuar su lectura.

Los muslos gruesos y separados se movieron contra la cama. Sin embargo, él no despertó. Tenía unas piernas bonitas. Esculpidas como por el mismo Miguel Angel. David no tenía nada que ver. Le encantaban sus rodillas. Esas dos preciosas articulaciones. Éstas, casi nunca suelen ser mencionadas por las mujeres cuando hablan de sus hombres. Ella sabía el poder que tenían. No se atrevía a echar la cobija más abajo todavía. Así que auto negó la mitad de los músculos de sus piernas. Su pie masculino. Las uñas de los pies que ella le había pintado de color rosa Barbie Malibú. Su única concesión del mes por haber sido una buena chica. Ellos eran los únicos que sabían ese pequeño secreto. 

Dando un suspiro silencioso, le desplaza de la cama. Dejándole en sus pacíficos sueños. Él se merecía ese sueño, después de lo que ella le había hecho la última noche. Comprobar sus límites. Presionándolo casi hasta más allá del punto de no retorno. Ella sabía cuándo parar. No quería que ninguno de los dos se alejaran de la experiencia con tristeza. Sus pies hundidos en el pelo suave de la alfombra y, luego, a lo ancho de la frescura del suelo del cuarto de baño.

Caminando a través de las baldosas del cuarto de baño, ella volvió a mirar su trabajo práctico en el gran espejo sobre el lavabo. A través de las nalgas de ella, líneas rectas largas hechas con su cinturón decorando la piel de porcelona. Rojas e irritadas. Un símbolo glorioso, cuando se sentaba. Ella rogaba que pudiera sentirlas durante unos días. Él también utilizó un nuevo implemento sobre ella. Una regla. De plástico rojo. Contra la parte trasera de sus muslos. Picaban. “Tu castigo por pasarte de la raya,”le dijo a ella.

“Buenos días, mi Sol. ¿Disfrutaste esta noche?” Áspero y crudo. Su voz profunda hizo que las rodillas de ella se debilitaran. Podía sentirle detrás de ella. Ésta tenía su cabeza inclinada, cuando cambió el aire en el baño para anunciar su llegada. Su barbilla pegada firmemente contra la base de la garganta. Ella le hizo una breve inclinación de cabeza. Su erección parcial contra su culo, haciendo que su boca se secara.

“¿Entonces, te va a gustar lo que tengo en mente para ti esta noche, baby?”

3 comentarios:

  1. Te sigo hace tiempo y me encantan tus historias/relatos/pensamientos, es increíble y fascinante que lo vivas así :). Number one fan! jajaja

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  2. Dan ganas de encontrar un adonis como el que describes, a quien no se le hace agua la boca y lo que no es la boca. Gran relato

    besos

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