Ven, redúceme al instinto carnal de
tu laberinto, comulga en mi templo la penitencia del pecado, que no es pecado,
es la necesidad justa, natural, grano a grano de tus manos en mis labios.
Poro a poro, sin fatigar tu cuerpo y
mi cuerpo, se irán desgranando en el verbo prehistórico de los deseos. Bebe de
mi piel cada sorbo, mira estos labios que buscan la humedad de tu sexo.
Ven, busca en mis pupilas asilo para tus demonios, toca la expresión de mi carne, la alquimia de mis senos, antes que el amanecer extermine esta hora.
Ven, busca en mis pupilas asilo para tus demonios, toca la expresión de mi carne, la alquimia de mis senos, antes que el amanecer extermine esta hora.
Devoro tu cuerpo como Saturno a sus
hijos, y es que siento como tus aspas rompen el madero de mi cautiverio y soy
el reventar de olas nocturnas, el caudal que silencioso recoge la nieve del
verano.
Tu respirar corto, agitado, espacioso
anuncia el malparir de nieves condensadas, y yo cómplice del aborto, dejo caer
servilletas blancas sobre la selva sudorosa de tus colinas.
Hemos calmado la náusea placentera
del alma y cuerpo, hemos sondeado el vértigo del placer, el aullar de la noche,
hemos liberado al demonio escondido...a ese esclavo anónimo que llevamos
dentro.
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