Coloqué un cojín a mis pies y le dije que se arrodillara
para mí.
Ella se había arrodillado antes para mí muchas veces. Sin
embargo, yo nunca había estado allí cuando lo hizo. Mis instrucciones habían
sido a través de emails.
Ahora, estaba arrodillada ante mí por primera vez.
Según mis instrucciones, había traído algo que ella solía
usar como símbolo de su sumisión a mí. Se lo agregué a ella. De nuevo, era mía.
Le cogí la mano. La sostuve firmemente con una mano y la
acaricié suavemente con la otra.
Me sentí en paz, y con ella allí, ante mí. Sentí una
sensación de poder y un ambiente cálido y suave.
¡Había imaginado esta escena desde hacía tanto tiempo! Era
muy diferente de lo que yo imaginaba, pero, por su realidad, muy maravillosa.
La deseaba muchísimo.
Hablé de complicaciones y problemas para los dos. Ella
entendía todo esto también como yo. Le acaricié la mano.
Yo la quería. Esperaba que ella también me quisiera. Al fin,
de rodillas ante mí. Un regalo precioso.
Gracias.
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