domingo, 17 de mayo de 2020

El juego de la aguja: Donde el miedo y la sumisión chocan

Desde hacía mucho tiempo, habían estado hablando de ello. Le había dicho que un día, un día antes de ese día, tendría agujas en sus pechos, sus pezones y sus labios. Sólo para principiantes. Ella pensaba que estaba jugando con su mente. “¡Oh, era tan delicioso!

 Hasta el día que la llamó al trabajo y le dijo: “Nos veremos en un hora. Tráete las agujas, algodones con alcohol y la mordaza (usada con frecuencia cuando alguien tiene un ataque y evitar que se muerdan la lengua). Una vez más, ella pensó que Él estaba jugando con su cabeza, pero no se atrevió a obedecer.

Cuando llegó, le susurró al oído: “Esta noche harás todo lo que te pida, no importa lo difícil que sea para ti, y no importa cuánto quieras otra cosa.” Su primer pensamiento fue: “¿Y cómo puede ser esto diferente a lo de cualquier otra noche?”

Ella se dió cuenta de que aquella noche sería diferente a cualquier otra noche que hubiera experimentado nunca. Se requeriría todo otro nivel distinto de sumisión. Se requeriría un valor que no sabía si ella misma lo tenía. Y la llevaría a un lugar que ella había deseado una y otra vez.

Ella se sentó en una silla sin brazos, con sus manos sobre su regazo. Él jugaba con sus pechos y pezones, frotándolos, besándolos. Le preguntó si estaba preparada para empezar. Qué otra cosa podría ella sino responder: “Sí, Amo,” aunque pudiera estar sintiendo el miedo en su garganta. Desenvolvió una de las agujas y la insertó a través de su pezón. En ese preciso segundo, su miedo se hizo con el control y ella se estremeció violentamente. Le dijo que ella no podía hacer eso. Lloriqueaba y temblaba. Rogaba. Ella se sentía en el borde de la duda.

Él deslizó la primera aguja por debajo de la piel. Pudo verla a través de su piel translúcida. Fué solamente una leve picadura. El dolor real y el miedo estaban todos en la cabeza de ella. Insertó ocho agujas en cada pecho. Todas en un círculo pequeño alrededor de sus pezones. Las admiraba y se sentía orgullosa.

Él tenía la intención de poner dos agujas en cada pezón formando una especie de equis. Colocó la mordaza en su boca e hizo que ella viera cómo le insertaba la primera aguja recta a través de su pezón. Era insoportable. Insertó la segunda aguja. Ella la sintió rebotar con la otra aguja cuando la insertaba en su pezón. Dolía incluso más que la primera y su miedo y dolor la estaban abrumando rápidamente. Ella se sentía al borde de perder el control.

El Amo conoce todos sus botones. Sabe justo cómo hablarle para ponerla en un lugar donde ella pueda seguir, donde pueda someterla sin caer partida en mil pedazos, donde pueda agarrarse a su propio miedo. Con rapidez, él insertó las otras dos agujas. Fue un dolor rojo caliente que cedió casi al instante. Tuvo que recordarle que respirara a través del dolor. Las lágrimas corrieron por la cara de ella y le costó recuperar su respiración.

Cada aguja había causado una pequeña gota de sangre, de color rojo oscuro, en el momento de la insersión. Ella nunca había visto su propia sangre en el contexto de su sumisión y se encontraba hipnotizada por ello. Puso sus manos en la base de cada pecho y apretó provocando que la sangre corriera hacia la superficie y que se viera. Fue maravilloso.

Enseguida le ordenó que se echera hacia atrás y abriera sus piernas. Estaba dispuesto a traspasar sus labios. Ella estaba profundamente entregada a su sumisión, hizo todo lo que le había dicho sin dudar. Media hora antes, ella habría cerrado la puerta con llave. Insertó dos agujas en cada lado de sus labios. Sintió la presión cuando la aguja salió por el otro lado, pero el dolor era mínimo. O ¿pudieran ser sus endorfinas que, finalmente, habían venido al rescate de ella? Dijo que entraron como mantequilla.

Metió sus dedos dentro de ella y le comentó sobre su humedad. Su propio miedo, dolor y sumisión la habían excitado. Quería tocarse ella misma. Quería sentir las agujas en ella. Quería una prueba física de su sumisión.


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