Desde hacía mucho tiempo, habían estado hablando de
ello. Le había dicho que un día, un día antes de ese día, tendría agujas en sus
pechos, sus pezones y sus labios. Sólo para principiantes. Ella pensaba que
estaba jugando con su mente. “¡Oh, era tan delicioso!
Hasta el día que la llamó al trabajo y le dijo: “Nos
veremos en un hora. Tráete las agujas, algodones con alcohol y la mordaza
(usada con frecuencia cuando alguien tiene un ataque y evitar que se muerdan la
lengua). Una vez más, ella pensó que Él estaba jugando con su cabeza, pero no
se atrevió a obedecer.
Cuando llegó, le susurró al oído: “Esta noche harás
todo lo que te pida, no importa lo difícil que sea para ti, y no importa cuánto
quieras otra cosa.” Su primer pensamiento fue: “¿Y cómo puede ser esto
diferente a lo de cualquier otra noche?”
Ella se dió cuenta de que aquella noche sería
diferente a cualquier otra noche que hubiera experimentado nunca. Se requeriría
todo otro nivel distinto de sumisión. Se requeriría un valor que no sabía si
ella misma lo tenía. Y la llevaría a un lugar que ella había deseado una y otra
vez.
Ella se sentó en una silla sin brazos, con sus manos
sobre su regazo. Él jugaba con sus pechos y pezones, frotándolos, besándolos.
Le preguntó si estaba preparada para empezar. Qué otra cosa podría ella sino
responder: “Sí, Amo,” aunque pudiera estar sintiendo el miedo en su garganta.
Desenvolvió una de las agujas y la insertó a través de su pezón. En ese preciso
segundo, su miedo se hizo con el control y ella se estremeció violentamente. Le
dijo que ella no podía hacer eso. Lloriqueaba y temblaba. Rogaba. Ella se
sentía en el borde de la duda.
Él deslizó la primera aguja por debajo de la piel.
Pudo verla a través de su piel translúcida. Fué solamente una leve picadura. El
dolor real y el miedo estaban todos en la cabeza de ella. Insertó ocho agujas
en cada pecho. Todas en un círculo pequeño alrededor de sus pezones. Las
admiraba y se sentía orgullosa.
Él tenía la intención de poner dos agujas en cada
pezón formando una especie de equis. Colocó la mordaza en su boca e hizo que
ella viera cómo le insertaba la primera aguja recta a través de su pezón. Era
insoportable. Insertó la segunda aguja. Ella la sintió rebotar con la otra
aguja cuando la insertaba en su pezón. Dolía incluso más que la primera y su
miedo y dolor la estaban abrumando rápidamente. Ella se sentía al borde de
perder el control.
El Amo conoce todos sus botones. Sabe justo cómo
hablarle para ponerla en un lugar donde ella pueda seguir, donde pueda
someterla sin caer partida en mil pedazos, donde pueda agarrarse a su propio
miedo. Con rapidez, él insertó las otras dos agujas. Fue un dolor rojo caliente
que cedió casi al instante. Tuvo que recordarle que respirara a través del
dolor. Las lágrimas corrieron por la cara de ella y le costó recuperar su
respiración.
Cada aguja había causado una pequeña gota de sangre,
de color rojo oscuro, en el momento de la insersión. Ella nunca había visto su
propia sangre en el contexto de su sumisión y se encontraba hipnotizada por ello.
Puso sus manos en la base de cada pecho y apretó provocando que la sangre
corriera hacia la superficie y que se viera. Fue maravilloso.
Enseguida le ordenó que se echera hacia atrás y
abriera sus piernas. Estaba dispuesto a traspasar sus labios. Ella estaba
profundamente entregada a su sumisión, hizo todo lo que le había dicho sin
dudar. Media hora antes, ella habría cerrado la puerta con llave. Insertó dos
agujas en cada lado de sus labios. Sintió la presión cuando la aguja salió por
el otro lado, pero el dolor era mínimo. O ¿pudieran ser sus endorfinas que,
finalmente, habían venido al rescate de ella? Dijo que entraron como
mantequilla.
Metió sus dedos dentro de ella y le comentó sobre su
humedad. Su propio miedo, dolor y sumisión la habían excitado. Quería tocarse
ella misma. Quería sentir las agujas en ella. Quería una prueba física de su
sumisión.
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